Comienzo a leer las columnas de Cristian Warnken y de Francisco Mouat, que desde la autodañina adolescencia se transformaron en mis columnistas (valga la redundancia) favoritos. Al mismo tiempo que me pregunto, cómo es posible escribir prosa poética en períodos lúgubres como la muerte de un amigo o la muerte de un hijo, e imagino cómo hubiese sido si tratamiento de madre no hubiese funcionado, si se hubiese "ido" y en un principio escribo "no me hubiese percatado de las cortinas", pero recuerdo todo, desde sus manos frágiles de mujer mayor, hasta la panóramica Talquina que le entregaba esa cama tipo androide que podía moverse en muchos grados y de distintas formas, esas camas que no tuvo padre pobre que murió en una sala común de hospital público. Recuerdo todo, el olor del jabón que debía utilizar cada vez que entraba a la sala, recuerdo al hombre de tu lado con un tubo a la garganta y esa mujer (al parecer su mujer) rendida al dolor innegable que es dejar partir, recuerdo tu mirada de niña-abuela inocente con ansias de libertad, y es que te movías como un león triste, esos criados en cautiverio que vivieron en circos anhelando cazar, ¡cuánto intentabas cazar tu vida!. Recuerdo que recordabas esas historias de tus abuelos y tíos que imagino campesinos Chilenos Maulinos cubiertos de sabiduría terrenal y miedo supraterrenal, recuerdo que me miraste con cara de "Tengo miedo y pena de la vida" y por primera vez supe de tu boca que no querías dejarme, que tenías miedo de morir y supe que ya no estaba sola, no era la única en tener miedo. Recuerdo que lloré, recordando el dolor de perder a Padre a Hermana (sí, con mayúscula), porque afligida recurrí a su perdón, a su ayuda y a su plegaria y aún les pido que al pajarito la ayuden a ser feliz.
Recuerdo Talca de la manera más dolorosa y romántica del dolor, porque ví nacer lo que es perder lo sagrado, querer abrazarse a ese árbol del patio, a esos cabellos cenizas y transformarme en una mujer indolente. Recuerdo haber pensado "¡Talca culiao!" y haberle gritado a los dioses que calmaran mi dolor.
Recuerdo haber recordado con ternura los abrazos de mi padre, porque cuando extraño a madre, necesito a padre con esas manos morenas y fuertes, con esas risas infinitas y que me digas "me tienes enfermo, me van a salir canas verdes", porque increiblemente, lo mejor de tener recuerdos de mis padres es recordar cuánto me han retado y abrazado a lo largo no tan largo de mi vida.
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